domingo, 29 de diciembre de 2019

¡¡¡GRACIAS 2019!!!

A sólo horas de concluir el 2019, comparto con ustedes mi balance del año y doy gracias a Dios por estos 365 días, buenos, malos, duros, difíciles, esperanzadores, frustrantes, alegres, inesperados, gratificantes, depresivos, satisfactorios, reconfortantes… en fin, 365 días en los que vivimos de todo.
En enero, vi la graduación por secretaría del dictador Maduro “juramentándose” ante su TSJ. Me ilusioné, salí a la calle, creí y celebré junto a miles de caraqueños la “juramentación popular" del otro Presidente, Juan Guaidó, en Las Mercedes.
En febrero, viví las amenazas y los juegos de guerra del dictador contra los vecinos colombianos, las patéticas y hasta graciosas “maniobras militares” de su milicia anciana y desarmada. Celebré la salida del socialismo en El Salvador, con su nuevo Presidente, el joven Bukele. Me calenté con la “neutralidad positiva” del Papa Francisco respecto a la situación en Venezuela. Me emocioné y volví a ilusionarme con el concierto “Aid Venezuela” en la frontera, para luego ver con impotencia y dolor lo que la dictadura hacía con la ayuda humanitaria que intentaba entrar al país.
En marzo, padecí 66 horas continuas sin luz en casa, cuando casi todo el país se paralizó y quedó a oscuras por días. Vi cómo los colectivos maduristas impartían miedo y terror en las calles. Sentí impotencia y rabia ante la maldad y sadismo manifiesto tras la condena por “corrupción espiritual” a la jueza Afiuni.
En abril, lamenté el incendio de la catedral de Notre Dame en París, en cuyo patrio trasero disfruté bajo la sombra de un árbol, lo hermosa de su hoy caída torre. Durante el mes pasé muchas nuevas horas sin luz. Y el día 30 me desperté muy temprano, me sorprendí al leer las noticias y ver a Leopoldo López junto a Guaidó y un grupo de militares en la autopista. No me lo creía, volví a ilusionarme y salí a la calle con mi bandera y mis esperanzas… pocas horas después, cansado de esquivar las bombas lacrimógenas y correr ante los ataques de las hordas de colectivos, regresé a casa nuevamente con el ánimo por el piso… y guardé mi bandera en el closet.
En mayo, seguí el asalto de aquel mínúsculo grupo de trasnochados comunistoides gringos a la embajada de Venezuela en Washington y su posterior liberación. Padecí otros múltiples apagones de luz y vi los desesperados intentos de la dictadura por tratar de lavar su imagen frente al mundo, dando patéticas entrevistas pagadas en los medios más influyentes.
En junio, comenzando el mes pasé otras 14 horas sin luz. Me enfoqué en levantar fondos para la urgente y muy costosa operación de una prima muy querida, que luego celebré por su exitoso resultado, y seguí la visita al país de la comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet.
En julio, sentí cierto fresquito por el demoledor informe de la señora Bachelet, respecto al estado de los Derechos Humanos en Venezuela y escuché con estupor cuando “instó” a la dictadura a cambiar. Seguí de lejito la nueva farsa de diálogo montada en Barbados por Noruega entre los vivos y sarcásticos del gobierno y los gafos de la oposición. A fin de mes, celebré 55 años muy sencillamente, sin fiestas ni bonches, con buena salud, amor, alegría y haciendo mi sexta y consecutiva peregrinación por la paz, recorriendo el Camino de Santiago en El Hatillo.
En agosto, me reí con la palabra de moda: Empoderamiento (sobre todo usada en los concursos de belleza o para referirse a lo que hoy deben hacer las mujeres). Escuché al insulso y guabinoso Capriles llamar “la loca esa” a María Corina. Me reí con la campaña de los maduristas, para recaudar 13 millones de firmas contra Trump (y que luego no se supo más nada de ella).
En septiembre, volví a pasar más de 16 horas sin luz. En Twitter comenté que el cuasi derrocado Maduro y sus secuaces seguían vivitos y coleando haciendo sus fechorías, mientras que Guaidó y su combo cumplían ya diez meses en el limbo.
En octubre, viajé a Europa nuevamente. Conocí Rumania y compartí unos días inolvidables con mis sobrinos y sus encantadoras niñas. En España, viví otros días junto a mis primos que también viajaron a la madre patria y juntos firmamos –después de un largo año de trámites y papeleo- nuestra ciudadanía española. Mientras, celebraba los batazos de Altuve en la Serie Mundial, veía y aplaudía cómo se desmoronaba Evo Morales en Bolivia y me sorprendía por los saqueos y protestas “espontáneas” en Chile.
En noviembre, llegó la brisa bolivariana a Colombia y el desastre y las nuevas torpezas de unos cuantos diputados de la oposición. Volví a Portugal y disfruté el calor de mi familia después de tres años sin verles. Abracé y consentí a mi madre querida. Jugué sin comprender mucho los videojuegos que jugaba con mi adorado sobrino Sebastián. Caminé por Lisboa, abracé y conversé con mi encantadora y bella sobrina Valeria, me sorprendí al verla hecha toda una mujer y compartí con ella sus sueños y planes. Me alegré sobremanera al ver que mi hermano y mi cuñada, finalmente, compraron una nueva, muy cómoda y amplia casa. Y a fin del mes, disfruté ver la originalidad y fuerza de aquel grupo de mujeres chilenas y su protesta “El violador eres tú”.
En diciembre, sufrí y lloré muchísimo la inesperada y rápida partida de mi Gata querida... a la que extraño y veo por todas partes. Observé cómo se fortaleció, se viralizó y universalizó la protesta del “violador eres tú” y cómo también se desvirtuó. Vi con dolor cómo los chavistas convirtieron la Casa Natal del Libertador en un bazar navideño y La Casona, otrora respetable y orgullosa residencia de los Presidentes del país, en un centro cultural a nombre de un ilustre venezolano que nada tuvo que ver con dicha casa: Aquiles Nazoa. Celebré 33 años de vida en pareja con el amor de mi vida. Me emocioné y di gracias a Dios durante la hermosa misa de Nochebuena del 24 diciembre. Vi y disfruté el final de la saga de “Star Wars”.
Hoy, me senté a escribir y compartir con ustedes mi balance del año. Mañana me prepararé para celebrar con mis primos y tías la bienvenida del año 2020, con renovadas esperanzas de libertad para Venezuela.
2019 fue un año que trajo de todo, como siempre. Un año que me dio grandes alegrías y satisfacciones. Un largo año en el que trabajé duro para llevar alimentos y salud a más de 700 niños necesitados, un centenar de ancianos, niños con cáncer y a ayudar a muchas otras personas que la pasan tan mal, injustamente.
Este año aprendí que realmente no tengo problemas comparado con millones de personas y que por ello debo ser agradecido y dar a otros lo que a mí me sobra.
Este año me reencontré con Dios, practiqué y sigo practicando con alegría mi fe. Alimenté mi alma y mi espíritu, y me ha hecho mucho bien.
Por todo esto y más, ¡¡¡GRACIAS 2019!!! y ¡¡¡BIENVENIDO 2020!!!


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