miércoles, 4 de noviembre de 2020

EL GRAN PERDEDOR

 Dirán que soy exagerado o dramático. Pero hoy, ni mañana, celebraré nada en relación a las elecciones de los Estados Unidos.


Me da realmente igual quien gane porque la vida allí y en el mundo seguirá dando tumbos y nos seguiremos dando trancazos inesperados. La política juega con nuestras ilusiones y esperanzas y poco le importamos.


No celebro ni celebraré, porque para mí el gran PERDEDOR de todo este proceso es el PERIODISMO.


Nuestra profesión ha sido pisoteada y arrastrada por nuestros propios colegas y por los grandes medios de comunicación.


Se perdió la objetividad. Se tomó partido, se hizo activismo puro, duro y descarado, se cayeron las máscaras, se manipuló (aún hoy lo siguen haciendo)... Se perdió la credibilidad y la seriedad.


Es muy triste, al menos para mí, que se haya llegado a esto. Nuestra profesión está manchada y dudo mucho que retome su brillo.


Seguiremos teniendo medios y "periodistas" pero ya nadie sabrá en quien confiar y saber quien les está diciendo la verdad de los hechos.


Hoy vale más un vídeo grabado con el celular, en el mismo momento de los hechos, que un análisis o un reportaje narrado por un periodista colegiado.


Hoy queda demostrado que "periodista" puede ser cualquiera y que los medios publican lo que quieren, lo que les conviene y destruyen o glorifican a quien quieren.


El periodismo está herido de muerte y por los propios periodistas... Qué triste.


Alfredo Graffe.

Periodista... De la vieja guardia que aún cree en la objetividad y en la integridad.




miércoles, 24 de junio de 2020

A llorar al Valle...


Las últimas semanas de “cuarentena” en Venezuela han sido de todo, menos eso. No soy quién para criticar a millones de personas, pero tras todo lo que he visto en estos días me pregunto: ¿qué entendemos por estar en cuarentena y en CUARENTENA RADICAL?

Confieso que estoy alarmado y que soy un bicho realmente muy raro, porque yo sigo encerrado en mi casa, y las pocas veces que salgo, cumplo con todos los protocolos y más.

Pero tras todo lo visto, ¿de qué sirve cuidarme, si la mayoría está haciendo lo que le da la gana? ¿dónde está el bien y la conciencia colectiva? ¿tan desesperados estamos por salir y socializar que perdimos la coherencia, la conciencia y la sindéresis? ¿nos creemos inmunes realmente?

Todos hablan del “pánico” que sienten por lo que está pasando y por la curva ascendente que estamos viviendo ya en el país…

Nooooooooo, ¿supiste lo del Cafetal? ¿qué te parece lo del San Ignacio?... en el Plaza hay más de 12 contagiados, incluyendo al gerente, cerraron el supermercado y ¡¡¡lo están desinfectando!!!... en Maracaibo el hospital central está colapsado… el esposo de una amiga cercana está hospitalizado y muy mal… ¡¡¡qué horror!!!

Sí, el virus está cada vez más cerca y se sigue multiplicando. Pero mientras más se acerca, más seguimos comportándonos al contrario de lo que debemos y haciendo todo lo que tenemos pendiente por hacer, ya sea por necesidad o por qué no me queda otra, ¿cierto?

Estoy convencido que en Venezuela SOMOS INMUNES al coronavirus. Si hemos soportado 20 años de tiranía y represión, podemos soportar y salir airosos de esta pandemia.

El sábado pasado, la misma iglesia católica venezolana demostró que es así. No sólo celebraron una misa transmitida por televisión (las misas y las reuniones no están permitidas), sino que a la misma asistieron más de 50 personas, sólo DOS estaban con tapabocas y todos, a menos de un metro de distancia. Sólo en el altar mayor habían DIECISEIS obispos más el cardenal y pegaítos.

Qué me perdone José Gregorio, pero lo que se vio en la misa en su nombre y con unos cuantos MÉDICOS presentes, fue una verdadera torpeza sin sentido. Todo muy bonito y emotivo, sí, pero al ver esto ¿que entendieron millones de personas?: ¿para qué el tapabocas? Si los obispos no lo usaron en la misa y no cumplieron con la distancia, ¿por qué yo sí?

Un amigo me dice “tengo que salir a la oficina porque no tengo internet en casa”, otra “estoy haciendo una pila de tapabocas para la GRADUACION del colegio tal”, “mi hija tiene una reunión con sus compañeros del colegio con motivo al fin de año, pobrecitos, tienen tres meses encerrados”, otra “esta tarde voy a una misa especial en mi parroquia”.

Al lado de mi casa están construyendo una casa nueva. Hay unos cuantos obreros,  entran y salen camiones y personas. En muchos edificios el personal de servicio asiste como si nada, todos los días… eso, sí, les echan alcohol. En toda mi cuadra y vecindario, se escuchan jardineros y obreros trabajando. En una ferretería cercana, trabajan “a puerta cerrada” para que las autoridades no se den cuenta...

Un amigo, aterrorizado por lo cercano del virus, me dice “no vale, yo ando con mi kit para arriba y para abajo y siempre con mi tapabocas”, pero en su Instagram no para de publicar sus reuniones familiares y sociales con más de diez personas… primero, la foto oficial de “todos con el tapabocas” y luego, todos amuñuñaos, abrazados y sonreídos (sin el disfraz COVID, claro).

Hey, no se puede salir, el paso entre municipios está cerrado: no tranquilo, ¡yo tengo salvoconducto!

Cuentos tengo para llenar un libro. Y después se escandalizan cuando se riega el escandaloso chisme de que Maduro y su combo estuvieron en un fiestón en Los Naranjos y que la policía no pudo hacer nada. O se rasgan las vestiduras cuando ven los videos del rumbón en la Cota 905 o del gentío bailando y cantando en las celebraciones de San Juan…

Al final, la gran mayoría tiene mil y una excusas y justificativos para romper la cuarentena… pero eso sí “cuidándose” con su tapabocas, guantes, gel, alcohol y sin tocarse…

Así estamos y así seguiremos… y después a llorar al Valle, a implorar a José Gregorio por la salud de alguien cercano contagiado por el virus, a enviar mensajes por whatsapp envueltos en llanto y pidiendo que oren por su familia que está sufriendo por el COVID…

El virus ya es rutina y casi ni le paramos. El famoso "quédate en casa" ni se menciona, ya no nos enviamos la pila de mensajes y videos de cómo cuidarse, las cifras de contagios, la gente cantando en los balcones, los empalagosos y llorones con musiquita melancólica, los chistes y memes del virus, los monólogos del andaluz aquel que tuvo sus quince minutos de fama… en fin.

Yo no tengo hijos (muchos me dirán que justamente por eso no los entiendo), pero de tenerlos, preferiría que no fuesen a su “fiesta o a su graduación”, a tener que vivir la dolorosa experiencia de saber que están en terapia intensiva por el virus y no poder siquiera irles a ver… o algo, mucho peor...

Todos estamos sufriendo la pandemia y nuestras vidas estarán marcadas por esto para bien o para mal… y pregunto: ¿qué parte no entendieron de que ESTAMOS EN CUARENTENA RADICAL?

Dios nos agarre confesaos, nos proteja y nos de cordura… pero dudo que lo entendamos.



domingo, 31 de mayo de 2020

LA EMPANADA

Hace veintipico de años atrás Venezuela se prendió por los cuatro costados, tras un leve aumento de la gasolina durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez y que luego, derivó en la pesadilla chavista en la que está sumida el país.
Hoy, no sólo la aumentan sopotocientos por ciento, sino que ahora cuesta lo que cuesta en muchos otros países, hay que pagarla en dólares y de ser la más barata de la tierra, ahora está a "precio internacional".
Aparte, está la gasolina "más barata" o subsidiada para los chavistas, enchufados y otros afines, y para el resto: a pagarla bien caro!!!
No sólo destruyeron la moral y la otrora gran industria petrolera venezolana, sino que saquean el oro del país (que nos pertenece a todos) y se lo llevan de contrabando para pagar a los iraníes y tienen el descaro de decirnos que como la compraron bien cara, debemos pagarla bien cara... y encima, la separan: para ellos y para el resto.
Un "subsidiado" pagará por un tanque de 40 litros Bs. 200.000, es decir UN DÓLAR!!! y el resto que no tenga el carnet de la Patria y que no tenga est "benficio" pagará VEINTE DÓLARES!!!
Desde mañana veremos a miles de personas desesperadas haciendo cola para cargar gasolina a "precio internacional"... y ¿de protestar y quejarse? nada, sólo lo veremos en Twitter...
Aquí no pasa ni pasará nada. Venezuela es un país adormecido, narcotizado (literalmente), sometido, acallado, atemorizado, embrujado, humillado y sodomizado... tristemente. 
Cuando era un niño, el mayor de mis primos (éramos poco más de 30) era un confeso comunista y solía escuchar canciones de la nueva trova cubana y de aquel socialismo trasnochado e incendiario latinoamericano. 
Una de esas canciones se me quedó grabada, la cantaba una mujer (ignoro quien) acompañada por una guitarra. En ella se quejaba de las diferencias entre ricos y pobres (para variar) y criticaba el poder, el autoritarismo del gobierno y su desprecio por el pueblo (como era de esperarse)... 
La letra decía más o menos así: "de vez en cuando, hacían una GRAN EMPANADA y luego, repartían. EMPA para el prefecto... y para el pueblo: NADA!!!

PD: mi primo mayor, hoy apenas si come algo y vive casi en la miseria... pero está feliz. 



martes, 19 de mayo de 2020

La tormenta perfecta


Por muy optimista que sea, no soy de hierro ni ciego, ni sordo, ni insensible. Tenía muchos días sin escribir y hoy, aunque sin mucha inspiración, me provocó hacerlo.

Aunque me baño todos los días en positivismo, hoy amaneci con una gran pesadumbre y con el ánimo bastante bajo. No suelo escribir lo que pienso respecto a lo que vivimos en Venezuela, porque siento que hablar de lo que ya conocemos y tenemos a diario, es como machacarnos mucho más la miseria en la cara.

Hoy, no vivimos… sobrevivimos en un país totalmente desmantelado. Estamos en medio de una parálisis (y no me vengan con el cuento de que es por el COVID19), al borde del colapso total y las soluciones, realmente se ven nuevamente, muy muy lejanas.

Hoy padecemos la falta de prácticamente todo, desde agua hasta electricidad. Desde internet hasta comida. Desde medicinas hasta trabajo. Desde gasolina hasta los medios de comunicación. Hoy, para más, nos despertó un nuevo golpe a la siquis y a la moral: todos los abonados a DirecTV, nos tendremos que guardar el codificador en donde no pega el sol y conservarlo como uno de los últimos vestigios de lo que una vez tuvimos. Desconectados… de todo.

Sobrevivimos en medio de una verdadera tragedia. Sobrevivimos en una sociedad minada de mezquindad, egoísmo y esquizofrenia.

Los que “gobiernan” viven en un mundo paralelo, regodeándose de sus riquezas mal habidas, con todo el confort que les otorga el poder y el control social. Abusando, odiando, torturando y humillando cada día más a un pueblo vapuleado, maltratado, despreciado y totalmente sodomizado.

Los que supuestamente se “oponen” al régimen y “dirigen” un “gobierno paralelo”, viven en un mundo virtual, se limitan a dar declaraciones fatuas y repetitivas en las redes sociales, con un discurso cada vez más vacío, lejano, rallando en lo patético y que dudo mucho, recobre fuerza entre los millones de venezolanos que soñaron en que esta vez sí lograríamos el cambio.

Sobrevivimos en una sociedad en donde cada quien busca conseguir alguna tajada de lo que queda. Hoy, Venezuela es como una jauría de perros hambrientos luchando por un pedazo de pellejo.

Y para rematar, soplan vientos de guerra. Los iraníes están alebrestados, metiéndose en el patio trasero de Estados Unidos con varios cargueros llenos de gasolina y retando abiertamente a los gringos, que de verdad ya uno no sabe qué pensar de ellos. Y lo peor, es que muchos venezolanos esperan con ansias a que no paren los barcos y finalmente, nos llegue el combustible para sobrevivir unos meses más. El país potencia petrolera, fue borrado del mapa y ahora, saquen su oro para pagar el combustible que ya no somos capaces de producir.

Maduro, hiede. Guaidó, hiede. El régimen, hiede. La oposición, hiede. Los militares, hieden. Venezuela, hiede. Los venezolanos, hedemos…

Si no nos agarra el chingo, nos agarra el sin nariz. Qué triste lo que estamos viviendo. A pesar de todo, a pesar de la oscuridad en la que estamos, me sigo aferrando a que después de la tormenta, viene la calma y la luz… pero, no puedo negar que vivimos en una tormenta perfecta que lleva más de 20 años y que por estos días, nuevamente, parece cobrar fuerza.



jueves, 16 de abril de 2020

Y cuéntame, ¿qué has hecho?


No sé a ustedes, supongo que sí, pero en estos largos días de cuarentena, unas cuantas personas me han preguntado: "y ¿qué más, cuéntame que has hecho?"... Al principio, confieso que me ha parecido absurda y fuera de orden la pregunta, pero luego, entiendo que es una manera de entablar una conversa cuando no se tiene un tema del qué hablar.

Y tras reflexionar y responder al último que me la hizo, me dio la idea para escribir y pues, aquí respondo: He estado ocupado y trabajando en casa, arreglando y renovando mi hogar, disfrutando mi vida casera. NO he salido (lo hago sólo una vez a la semana y al supermercado, donde no hablo con nadie, sino con la cajera y el empaquetador, soy muy antipático y mantengo lo que ahora todos conocemos como "social distance" y el metro y medio, por sia)...

NO he ido al cine (he visto unas cuantas películas y series en casa). NO he ido a comer fuera (pedí un delivery de ceviches hace una semana y estaban exquisitos y muuuuuucho más barato que en un restaurante, y comimos dos días) aparte, sorprendí a unos primos y a unos buenos amigos, mandándoles uno de regalo... al final, creo que yo disfruté más la sorpresa que ellos...

NO he ido a la playa (tomo sol en mi terraza y ya tengo buen color). NO he ido a trotar (y ya engordé unos kilos, no diré cuántos). NO he podido ir a la iglesia (pero he seguido mis misas en línea o en la tele). NO me he reunido con mis primos y amigos (pero estoy en contacto con ellos por whatsapp, FaceTime o Zoom y nos enteramos igual de todo, nos reímos y disfrutamos de la compañía, a distancia)...

NO he ido al vivero a comprar matas (he resembrado y cambiado muchas de las que tengo). Los jardineros NO han podido venir (ahora, me encargo yo y mi jardín está mucho más cuidado). NO he tenido que ir a comprar libros ni revistas (las consigo por montones en internet o me las mandan, y gratis)... he leído desde la Hola! para saber de la vida de Letizia y Felipe, la Men's Health, para ver cómo otros hacen ejercicios y se ponen buenotes, hasta la National Geographic, para hacer un poco de turismo…

Terminé un libro muy bueno de una periodista española que me mantuvo hasta el final para saber quién era el asesino múltiple y ahora, estoy leyendo dos al mismo tiempo (uno de ellos, CIEN AÑOS DE SOLEDAD del gran García Márquez, que lo podría leer mil veces… ya esta es mi tercera y cómo lo disfruto). NO puedo visitar a mi Mamá, pero la veo y hablo con ella por horas unas tres veces por semana…

NO he ido de rumba ni a tomarme un trago (pongo música en casa, bailamos y nos estamos bebiendo las botellas que tenemos guardadas desde hace aaaaaños). NO he ido al teatro ni a museos, pero he visto una pila de conciertos, desde uno maravilloso de Cindy Lauper hasta el de Andrea Bocelli de hace unos días). He paseado por el Louvre, el Prado, el Moma de Nueva York… y hasta los siete templos en Semana Santa...

Siempre he sido muy aseado y cuidadoso con la higiene, y ahora, aprendí a lavarme bien las manos como los cirujanos, a quitarme los zapatos cuando entro a casa, a limpiar el volante y las manillas del carro con alcohol, a cuidarme de la pila de bacterias que hay en un supermercado, a lavar las frutas y dejarlas como si fueran de plástico, a taparme bien la boca cuando estornudo o toso (que realmente, lo he hecho muy poco, gracias a Dios), distinguir un buen tapaboca de otro, a cómo quitarme los guantes y evitar tocar la piel y mucho menos, la cara…

He visto algunos y borrado sin ver, la pila de videos de autoayuda y de mensajes empalagosos  y casi llorones, que me mandan por whatsapp, desde los buenos días con florecitas y tazas de café (que no sé de dónde sacan tantos cará), pasando por las simpáticas cosas que ha hecho y sigue haciendo la gente desde sus balcones, hasta reírme con los memes que mandan con los negros de Ghana, bailando los ataúdes y la creatividad que ha despertado a muchos...

Jamás había hablado tanto con mis ex compañeros de la universidad y es como si aún siguiera yendo a clases con ellos. NO envío muchas cosas por whatsapp porque no tengo mucho tiempo ante la avalancha de fotos, videos y mensajes que recibo por minuto y casi me desmayo cuando me llegó la cuenta de Internet. 

NO estaba muy inspirado para escribir en estos días, y MENOS sobre el coronavirus del cual ya sabemos casi todo… y ya ven, partiendo de una sencilla pregunta, miren todo lo que he hecho en más de un mes de cuarentena… y lo que falta.

Si estás aburrido u obstinado de estar en casa, un buen ejercicio para entretenerse es ponerse a escribir o recordar todo lo que hemos hecho o inventado desde que comenzó esta crisis, aprender y descubrir cómo ocuparnos y así, darnos cuenta que no necesitamos mucho para estar bien y para estar cerca y conocer a nuestra familia, amigos y la gente que queremos. No necesitamos estar en la calle para sentirnos vivos y vivir nuestra vida lo mejor posible… 

Ánimo, fuerza y quédate en casa. Nada es eterno y después que pase todo esto, nos echaremos los cuentos y nos preguntaremos “¿cómo pasaste el coronavirus del 2020?”.



sábado, 28 de marzo de 2020

¿Cuántos panes tienes?


Semanas atrás, aprendí que, frente a un problema, enfermedad, preocupación, un disgusto, cuando estemos deprimidos, sumidos en una tristeza, nos sintamos traicionados por alguien, nos agobie el estrés, o simplemente, que algo no nos deje estar tranquilos, vale preguntarnos: ¿Cuántos panes tengo?

No es que al formular la pregunta, enseguida nos traerá la solución. Al hacerlo, comenzaremos un proceso de sanación del problema, nos permitirá reflexionar, nos ayudará a ver las cosas de otra manera o punto de vista, y nos abrirá una puerta que no veíamos o que pensábamos imposible de abrir, para finalmente, conseguir la solución, lidiar mejor con el problema y, por ende, sentirnos mejor, aliviarnos, quitarnos el peso de encima.

Antes que llegara el bendito Covid19, tuve la gran dicha de participar por primera vez, en una misa de sanación. Y ¡qué experiencia tan maravillosa!

Fui con un grupo de buenas amigas y colegas de la universidad, con la intención de ayudar y orar por la salud de una de ellas. Al final, todos salimos renovados. Esta verdadera fiesta energética, nos ayudó a sanar algo que no estaba bien en cada uno, un mal físico, espiritual, de pareja, trabajo, familiar...

Si todos los curas interpretaran la palabra de Jesucristo como lo hace el padre Pedro José Guerra, de la Parroquia "Jesús Obrero" de Guarenas, las iglesias estarían siempre abarrotadas, la participación activa y las manifestaciones de fe serían muy distintas, más espontáneas, sinceras, verdaderas y mucho más humanas.

Aquel día, la lectura del evangelio correspondía al milagro de Jesús, conocido como la multiplicación de los panes. Y durante casi dos horas de sermón, el Padre Guerra cautivó con sus palabras y nos hizo entender lo que Jesús quiso decir realmente con su: ¿Cuántos panes tienes?, multiplicando los siete panes y peces que había en unas canastas y alimentando entonces a una multitud de personas.

Nos envolvió de tal forma con sus palabras y explicaciones, que al final pedíamos al Padre que siguiera. Nos dijo que la multiplicación de los panes y peces, era un mensaje de Jesús para que aprendiéramos cómo enfrentar y resolver los problemas. Y de eso trataba tanto la lectura, como la actividad de sanación: de sanar un problema, sin obviar, claro está el poder de la oración y la fe. ¡Y resultó tan sencillo!

Cuando algo nos agobia, solemos preguntarnos o echar de menos lo que no tenemos: ay, cuando éramos novios, él era muy cariñoso conmigo… cuando era joven, yo saltaba y corría por todas partes, hacía y comía de todo… antes de llegar el nuevo jefe, en la oficina todo andaba de maravilla… ¿cuánto hemos perdido desde que llegó el chavismo a Venezuela?...

Siempre, extrañamos o evocamos lo que no tenemos. El Padre Guerra nos enseñó que de nada sirve pensar en lo que ya no tenemos, eso nos hace mucho más daño, nos frustra, nos debilita, nos acaba… Y debemos hacer todo lo contrario: enfocarnos en lo que tenemos y cómo resolverlo con eso… ¿Cuántos panes tengo?

Si nos concentramos en lo que tenemos, conseguiremos una solución. Si son sólo cuatro cosas, pues una de ellas o uniéndolas todas, nos ayudará a salir del problema. Hoy ¿mi salud está afectada?, pues tengo vida, médicos, familia, alternativas de curación, fuerza interior… ¿no tengo dinero?, pues tengo manos, ingenio, amigos, experiencia en algo, alguna herramienta… ¿mi matrimonio está mal?, pues aún estamos juntos, tenemos una familia, una casa, una vida juntos, tenemos tiempo para resolverlo, mi prima conoce a un terapista…

Es mejor pensar en cuántos panes tengo y no en: me voy a morir, ya todo se acabó, mi enfermedad es incurable y ya nada se puede hacer… lo poco que gano apenas me alcanza, antes podía viajar, comprar lo que quería… las discusiones con mi pareja ya me agotan y son un círculo vicioso, ya nada es igual. Si nos enfocamos en los panes que tenemos, podemos salir adelante y sanarnos.

¿Estás harto, obstinado del encierro, de la cuarentena?, pues entonces ¿cuántos panes tienes? Cálmate, busca qué hacer y todo pasará mejor… arregla esa gaveta que tienes años esperando que le metas mano, haz ejercicios sobre el pedazo de alfombra que tienes guardada, pinta con los pinceles y temperas que tienen años llevando polvo, habla con tu familia, tus hijos, tus amigos, con tus vecinos desde el balcón… escribe, canta, ora y pide a Dios te de paz, paciencia y tranquilidad, respira profundo, escucha música, lee, … OCÚPATE, deja de preocuparte y de pensar en el hastío.

Pregúntate: ¿cuántos panes tienes? y conseguirás la solución… ¡Feliz cuarentena mundo!





sábado, 14 de marzo de 2020

Amaranto, sabor caraqueño


Atendiendo a la gentil invitación de mi amiga y colega Alida Rodríguez, tuve la gran dicha de participar en una prueba realizada en el Instituto Culinario de Caracas (ICC) en Chuao. Velada de casi cinco horas, muy amena, sabrosa y sobria, que nos paseó por los sabores de la cocina tradicional caraqueña, en torno al menú “Amaranto” elaborado y presentado por los amables, sonrientes y nerviosos alumnos del II Nivel del instituto.

Con el bendito coronavirus como tema recurrente –que marcó el saludo y la conversa de todos los convidados- los estudiantes nos recibieron y atendieron digna y muy correctamente, para adentrarnos en este trabajo colectivo, pleno de cuidados detalles, que disfrutamos teniendo como fondo la música tradicional caraqueña.

El Amaranto, también conocido como Bledo, Yerba Caracas o Pira, es una de las plantas con mayores beneficios nutricionales e incluso, industriales. Los antiguos habitantes de Caracas lo utilizaban como alimento. A este súper alimento oxigenante cerebral, cuyo valor nutritivo es equivalente al de la espinaca, podemos verle en muchos rincones, al caminar por las calles de la ciudad, creciendo obstinadamente sin que nadie la haya sembrado.

Por su rica historia y presencia en la cocina caraqueña, los chicos del II Nivel del ICC, decidieron llamar su menú “Amaranto”, el cual estuvo presente en algunos de los platos degustados, en las invitaciones enviadas, el menú impreso, en una caja piramidal con un bombón de agradecimiento por asistir y hasta en el color de las cintas que lucieron las chicas para atar sus cabellos.

Un fresco y colorido Granizado de parchita nos dio la bienvenida, con su característico acidito y a mi gusto, con una pequeña falta de dulce, más granizado y menos trozos de hielo.

El menú comenzó con un Abrebocas, tradicional y fijo invitado de las celebraciones venezolanas: Tequeños, con salsa de papelón y una exquisita y celebrada confitura de naranja. Luego, las Entradas: un Mondongo de res (tenía años que no lo probaba) cuyo sabor se resaltaba con limón y un picante de ají criollo, seguido por una delicada y finamente presentada, Hallaca de contundente guiso caraqueño, acompañada de un gentil Pan de jamón… en mi mesa se comentó: qué rico es comerse una hallaca en marzo!!!

Con las explicaciones de rigor por parte de los alumnos, llegaron los Principales: Lengua en salsa (de la que, confieso, no soy muy amigo) con arroz de ají dulce y ensalada de rúgula con finos cortes de cebolla y rábano, y toques de semillas de amaranto. Seguido por un muy criollo Asado negro con Bombones de tajadas, rellenos de queso blanco, verdadera sorpresa y sensación del plato.

Entre la buena charla y uno que otro tropiezo de los chicos en su afán por servirnos y demostrar lo aprendido, sirvieron el Antepostre: nada más memorable de los cumpleaños de nuestra infancia que un cremoso Chantilly, dulce que causó sorpresa en mi mesa, cuando uno de los presentes afirmó desconocerlo.

Enseguida, apareció una pareja luciendo dos buenas Tortas de coco, que engalanaron la mesa central, mientras le tomábamos fotos y nos explicaban su olvidada historia y qué íbamos a descubrir en ellas, incluyendo unos pequeños bombones de coco, inspirados en los famosos “coquitos” de la dulcería venezolana.

Tras el generoso trozo de torta, nos obsequiaron un rico café merideño, cortesía de QUIERO1CAFE, acompañado por unas simpáticas Polvorosas en forma de cucharitas.

Al concluir la prueba, los alumnos se retiraron, con cara de susto y los comensales nos reunimos para evaluar lo presentado y disfrutado. Tras una discusión, en la cual se expusieron varios puntos de vista, basados en la experiencia vivida (no todos disfrutamos del mismo servicio de sala, explicaciones de los platos e incluso, porciones, elementos y emplatados), retornaron los alumnos para recibir nuestro agradecimiento, felicitaciones, sugerencias, recomendaciones y, por supuesto, la nota de la prueba.

Ya relajados los chicos, complacidos y agradecidos los invitados, nos despedimos, con pocos saludos de mano y más de antebrazos y hasta caderas, agradeciendo el invitarnos a formar parte de esta experiencia protagonizada por la deliciosa gastronomía caraqueña, que contó además con la decoración de Paisajismo Ecotono, los bombones de cacao 70% rellenos de parchita de Chocolates Amilcao y la colaboración de Brunuá.   

Una muestra más de que en Venezuela hay mucha gente que sigue haciendo bien las cosas y preparando a muchos jóvenes talentos para hacer de este país una gran sociedad, próspera, creativa y feliz. BRAVO y mis felicitaciones a todo el equipo del Instituto Culinario de Caracas… y a ti, Alida querida, mil mil gracias!!!




domingo, 8 de marzo de 2020

Mi moto juega tenis

En Venezuela llamamos “moto o motorizado” al mensajero de las oficinas, a la persona que lleva y trae documentos o encomiendas rápidas en una ciudad, manejando una motocicleta. El mío, Henry, es un tipo súper pilas, decente, responsable, rápido, que sabe resolver las cosas, conversador, buen padre de familia y gran trabajador.

Henry tiene 56 años y vive en Guarenas, una ciudad satélite a 38 kilómetros al este de Caracas. Y todos los días, bien temprano, sube por la autopista a Caracas junto a miles de personas más, que vienen a trabajar, estudiar o hacer diligencias. Y como tantos que viven allí, se regresa a casa con luz de día –de ser posible- para evitar los peligros en la vía, causados principalmente por la delincuencia.

Mi moto, es un tipo tostado por el sol, de ojos grandes y una sonrisa franca. Es atlético y musculoso, y además, juega tenis. Es un verdadero apasionado del llamado “deporte blanco” (aunque ya de blanco sólo queda el torneo de Wimbledon). Cuando habla de tenis, le brillan los ojos, se emociona, gesticula, se mueve tal y como corre en la cancha, vibra narrando sus jugadas, triunfos y derrotas. Como buen tenista, dice que llegar de segundo es perder y feo. Habla constantemente de sus ídolos, los monstruos Federer, Nadal y Djokovic, asegurando que nadie podrá igualarlos nunca.

Mi moto, juega dobles, representando al equipo del Parque del Este, conformado –como él- por gente sencilla, llana, trabajadora… gente común y corriente, que practica en una cancha pública. Y con toda su humildad, mi moto compite y se codea en la cancha con jugadores de clubes privados, elitescos y ricos de la ciudad.

Mi moto me cuenta que muchas veces ha sentido que sus contrincantes y hasta el público, cuando se presentan en la cancha,  los mira como los pobrecitos del torneo, con cierto menosprecio, como los tierruítos que juegan tenis. Y dice que muchas veces la gente se sorprende que unos motorizados practiquen este deporte.

Y yo me pregunto: ¿por qué pasa esto?, ¿por qué la gente humilde y sencilla no puede o no tiene el derecho a jugar tenis, golf u otros deportes considerados para ricos? ¿hay algo más masivo, unificante e inclusivo que el deporte?

Esto es un reflejo de la sociedad en que vivimos y es por ello que muchos luchamos para conseguir que todos tengamos los mismos derechos (y deberes) para con el país y que todos los ciudadanos tengamos las mismas oportunidades y obligaciones para tener una nación próspera, digna, segura y que brinde protección y un mejor futuro a sus habitantes.

Mi moto juega tenis, sí. Me habla con pasión de sus partidos, pero también me cuenta todo lo que sufre y padece para llevar el pan a su casa, para pagar las facturas, para tener un servicio médico y de salud. Habla del gran Nadal y de lo caro que está la comida o lo que cuesta un caucho para la moto.

Habla del poderoso Federer y de lo imposible que es conseguir lo básico para subsistir o del matraqueo y persecución constante que sufre a manos de la policía. Habla del portento de Djokovic y con nostalgia, de cómo se vivía antes, en la otra Venezuela que le permitió comprar un carro, su apartamento de Guarenas, cuando se daba el lujo de cambiar su moto por otra último modelo. Cuando en diciembre podía hacer sus hallacas y tomarse unos traguitos sin mayor problema.

Mi moto es de esos millones de venezolanos que han visto cómo su poder adquisitivo se ha ido deteriorando y hoy, está prácticamente por el suelo. Mi moto está entre esos millones de venezolanos que hoy se sienten frustrados y que no ven un futuro mejor para sus hijos y nietos.

Mi moto es de los que habla pestes de la revolución, de Maduro, del chavismo… pero creo que es de los millones que creyeron y votaron por aquel Chávez encantador de serpientes que les prometió villas y castillas, y les cambió espejitos por la riqueza y tesoros del país, que secuestró la libertad y la prosperidad de Venezuela, humillando, manipulando y postrando al pueblo a su servicio y placer.

Mi moto, es un tipo que le echa bolas al trabajo, que se juega la vida todos los días en las calles de Caracas, bajo un sol inclemente, lluvia y frío. Que lleva una pila de papeles, carpetas y sobres en su viejo maletín de cuero. Un tipo que guerrea la vida tal como corre y batalla en la cancha, acalambrado y adolorido, alerta, apasionado y cuyo único objetivo es alzar una copa y ser campeón de la liga.

Por él y por muchos motos decentes más, es que debemos seguir luchando por conseguir que este país cambie para mejor, que este país sepulte de una vez por todas a la mal llamada “revolución bonita”, y que juntos logremos escribir la verdadera historia de la quinta República que trajo la destrucción y el saqueo de esta gran nación.

Que juntos, podamos construir un nuevo país, en el cual todos tengamos las mismas oportunidades, derechos y deberes, en el que todos podamos ser felices y disfrutar de una vida digna. Un país en que todos podamos jugar sin menosprecios, miradas escondidas y sonrisas falsas, y alzar con orgullo el trofeo que ganamos con mucho esfuerzo.

Henry, es el primero de la izquierda.










sábado, 15 de febrero de 2020

Sorpresas de la vida


El gran maestro y compositor panameño Rubén Blades, en la (para mí) más emblemática de sus canciones, dice “La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida…” rematando la frase con un “ay, Dios”.

Y es así de simple, la vida se alimenta de sorpresas. Con el paso del tiempo vamos viviendo y asimilando las experiencias que ellas nos van trayendo y dejando.

De niños, las sentimos cuando descubrieron alguna de nuestras travesuras. Nos ganamos un buen susto cuando en el colegio el grandulón o el grupo de bravucones sobrados, nos acorralaron para hacernos algo que hoy llamamos bullying. En las navidades nos llenábamos de alegría cuando al despertar, descubríamos los regalos que nos trajo el Niño Jesús.

A lo largo de la vida, nos llegan muchas sorpresas. Buenas, malas, tristes, alegres, muy dolorosas, generosas, impactantes… sorpresas que nos contentan, nos asombran, nos llenan de sentimientos muy variados y que, a fin de cuentas, nos hacen sentir cada vez más vivos.

Sorpresas que nos hacen tomar decisiones, duras y radicales, como cuando aspirábamos a un ascenso y nos enteramos que se lo dieron a otra persona y entonces, decidimos mandar a la porra a un jefe y a un trabajo en el que descubrimos que no tenemos más futuro. Cuando nos cayó la revolución bolivariana encima y dijimos “me voy del país, no aguanto más, hay que hacerlo ya”, o cuando terminamos una relación porque nos montaron los cachos o simplemente, nos damos cuenta que el amor (de la vida) se acabó.

Sorpresas sencillas, sentidas y hasta divertidas, como cuando aparece de la nada un viejo amigo, a través de una llamada, un correo, un mensaje de texto o whatsapp o nos lo topamos de pronto en algún lugar del planeta. Cuando un hijo o un sobrino te hace una pregunta de aquellas, a la que no sabes qué responder y estás obligado a hacerlo mientras unos ojitos inocentes te clavan una mirada perturbadora. O cuando nos lanzamos a conquistar a alguien, y al invitarle a salir descubrimos que no sabe bailar, comportarse socialmente, o simplemente, no sabe besar…

La vida nos da sorpresas, sí, y nos lleva en una especie de montaña rusa. Estamos arriba, de pronto caemos en picada, volvemos a subir y a estar en calma, para luego pasar un buen susto, dar giros pasmosos y volver a empezar.

A mí me ha dado muchas… ufffff cuántas. Y realmente, estoy agradecido a Dios y a la vida por ellas.

Hace ya casi 20 años, mi carrera profesional se disparó vertiginosamente. De la noche a la mañana, pasé de proveedor de uno de los tres más grandes grupos de publicidad y comunicaciones del país, a ser socio y miembro activo de su junta directiva.

Gané dinero, relaciones, posición, reconocimientos, mucho trabajo, viajes y satisfacciones. Descubrí y aprendí cantidad de cosas buenas y unas tantas malas, conocí en gran medida la verdadera naturaleza del ser humano… tres años después, todo se vino abajo. Mis respetados y honorables socios, se declararon en quiebra, se fugaron y me dejaron literalmente, en la calle.

Tres meses después, recién llegando a la casa de mis viejos en Valencia para pasar el fin de semana, papá muere sorpresivamente mientras jurungaba feliz un carro nuevo que mis hermanos le habían regalado ese día.

La vida se encargó de sorprenderme, de cerrarme y abrirme puertas, que inesperadamente me ayudaron a levantarme, a fortalecerme y a seguir el camino, tomando mis propias decisiones y mi negocio. Y gracias a Dios, tuve éxito.

En el año 2013, en las semanas cercanas al día de mi cumpleaños recibí dos noticias devastadoras: mi hermano y su familia, los únicos que me quedaban en Venezuela, se van del país y tras hacerme un examen médico de rutina, descubro que algo no estaba bien y esto me cambió la vida.

El día de mi cumple, tuve que hacer de tripas corazón para no reventar a llorar, cuando un gentío me cantaba el ay que noche tan preciosa, mientras abrazaba a mi sobrino adorado, que en ese entonces tendría seis años y que pronto partiría a una vida mucho mejor en Portugal.   

Pero luego, nuevamente, me sorprendí porque no todo se puso tan negro como lo veía entonces. Me fui sorprendiendo, descubriendo lo que cada día me traía, viviendo y asimilando lo que venía.

En 2015, un infarto me llevó de súbito a una sala de terapia intensiva y tras un cateterismo de emergencia, descubro que tenía una obstrucción coronaria del 99%. ¡Lo cuento de milagro pues!

Esto provocó un cambio radical de vida. Bajé el estrés de mi trabajo, muy exitoso, pero agobiante. Decidí cerrar mi empresa (proceso que tardó tres años), alimentarme mejor y mucho más sano, hacer ejercicios regularmente y a tener una vida lo más pacífica y tranquila posible.

Bajé 12 kilos, me dediqué a hacer voluntariado y ayudar a muchas personas, a asesorar y emprender nuevos negocios menos estresantes, lucrativos y gratificantes, a vivir la mejor vida que pueda, a acercarme a mi familia y seres queridos… a hacer esa llamada a viejos amigos para sorprenderles y retomar la historia que dejamos atrás.

Un día me sorprendí y me acerqué nuevamente a la iglesia, y ahora cultivo, vivo mi fe y mis creencias, y alimento mi alma. Todos los días hablo con mucha gente y trato de brindarles un poco de alegría y de sorprenderles.

De esto se trata la vida, que es muy corta, además. De la noche a la mañana nos damos cuenta que ya estamos mayores y que el tiempo ha pasado, pero seguimos esperanzados y sabemos que aún tenemos muchas sorpresas por vivir.

Y sí, Don Rubén… la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida… ¡ay Dios!



domingo, 12 de enero de 2020

La generación brillante: ¿Qué hicimos mal?


No soy amigo de los grupos de whatsapp, pero tal como supongo le pasa a la gran mayoría, al final sucumbo y entro en alguno. Muchas veces me aburro y me canso de tantos mensajes (en especial los empalagosos y de crecimiento personal, sorry) o de los “buenos días” con taza de café virtual incluida. Pero, reconozco que siempre surgen cosas muy divertidas, discusiones interesantes o mensajes que nos dejan buenos aprendizajes de vida.

Desde la pasada Navidad, formo parte de un nuevo grupo junto a mis compañeros de la Universidad Católica Andrés Bello, de la cual egresamos hace ya treinta y dos años… TREINTA Y DOS, nada menos. Y desde entonces, hemos compartido una verdadera avalancha de anécdotas y recordado (o confundido) nombres, profesores, materias, exámenes, trabajos, libros, prácticas, etc… memorias imborrables de aquella época, cuando nos preparábamos para comernos el mundo.

Somos la última generación de comunicadores sociales graduada en la Venezuela Saudita, la Venezuela próspera, abundante, fresca, tranquila, segura, rica, alegre, un poco pretenciosa y prepotente, la que recibía aún millones de inmigrantes, la de la democracia más sólida y larga del continente, la del mayor ingreso per cápita... 

Somos la generación de jóvenes del tristemente famoso “Viernes Negro”, a partir del cual todo cambió y nos cambió para siempre, como personas, como profesionales, como ciudadanos, como sociedad, como pueblo, como nación. Somos los primeros jóvenes de la Venezuela de esta larga, muy larga, deprimente, injusta, terrible y dolorosa crisis.

Pertenezco a una promoción de gente valiosísima, talentosa y realmente brillante. Unos muy conocidos, famosos y polémicos, amados y odiados, seguidos y bloqueados, perseguidos y hasta asesinados… Destacados profesionales de la palabra, el periodismo, el teatro, el mercadeo, las relaciones públicas, el cine, la comunicación audiovisual, la radio, el análisis político y social, profesores, pensadores… y también muchos otros, que realizan una importante labor más privada y callada, los que se dedicaron a sus familias o a forjarse la vida en áreas totalmente ajenas al mundo de la comunicación.

Pertenezco a esa generación de profesionales altamente calificados y preparados, que tuvimos la gran suerte de iniciar y consolidar una gran carrera en Venezuela y que luego, vivimos la gran desgracia (y dicha) de emigrar del país y diseminarse por el mundo, buscando un futuro mejor.

Muchos de mis colegas hoy forman parte de la enorme diáspora venezolana regada por los cinco continentes. La “generación brillante”, como la llamó el administrador y creador del grupo de whatsapp. Promoción de casi ciento cincuenta colegas, de la cual hoy sólo quedamos en Venezuela, poco más de cuarenta (no exagero). Es decir, el 75% por ciento de mi promoción, se fue.

Ayer, una de mis viejas amigas y colegas, lanzó de sopetón una reflexión, ofreciendo sus disculpas por romper la burbuja de chistes, risas y recuerdos juveniles. Palabras hermosas, espontáneas y sí, duras y profundas, que me conmovieron (no sé a los demás) y que inspiraron lo que ahora escribo. Por ello, me tomo la licencia de copiarlas y compartirlas con ustedes:

“El otro día me encontré a Leonardo Padrón y le dije que muchas veces me había preguntado cómo habíamos llegado a lo que somos ahora como país, que a la sombra del apamate, junto a la estatua de Bello podíamos sentarnos juntos, gente que ahora está en los polos opuestos, podíamos charlar ignorantes del futuro que nos esperaba. Qué tristeza, a veces me pregunto qué hicimos mal, si hubiésemos sido más sabios, más certeros, y aún hoy cómo podríamos revertir ese daño, qué karma tan duro y si aún hay chance de cambiar los rumbos. Lo siento si rompo la burbuja. Abrazos!”

Y es así, cuántas veces nos hemos preguntado ¿qué nos pasó?, ¿qué hicimos mal?, ¿por qué nos dejamos arrebatar la ilusión, el país que construyeron nuestros abuelos y padres?, ¿por qué dejamos que otros modificaran nuestro futuro?... ¿ha sido nuestra culpa?, y como dice mi colega ¿por qué este karma tan duro y largo?

Casualmente, otra de mis grandes amigas y colegas, muy conocida periodista, desterrada y exiliada hace ya diez años del país, le comentaba a uno de los invitados a su programa de televisión exactamente lo mismo: “muchas veces me he preguntado ¿qué hicimos para recibir y seguir viviendo tanto sufrimiento y dolor?, ¿por qué los venezolanos hemos vivido todo esto?... ¿hasta cuándo esta larga y muy terrible pesadilla?”

Es así, pertenezco a esa generación que hoy llora ya sin lágrimas y se mira las manos por las que muchas de sus ilusiones y sueños se le han ido como arena… esa generación que aún lucha por conquistar la libertad y vivir en un país digno que dejar a nuestros hijos… cientos de miles de hijos que hemos abrazado, despedido y bendecido, con un dolor sangrante en el alma, derramado sobre los mosaicos poli cromáticos de nuestro gran Cruz-Diez, en Maiquetía.

Y sí mi querida Alicia (autora de la reflexión), a pesar de todo, soy de los miles de nuestra generación que aún seguimos creyendo que sí podemos revertir el daño, que sí tenemos chance de cambiar los rumbos, que mientras tengamos vida, tenemos la oportunidad de ser sabios, de corregir y aprender de lo que hicimos mal, de ser más certeros y de construir un país nuevo, distinto, mejor, digno, alegre, próspero y feliz… un país que recoja lo mejor de las cinco repúblicas, un país que rescate la memoria y gesta de nuestros héroes, un país en el cual nos respetemos, nos toleremos y en el cual nos sintamos orgullosos de ser ciudadanos de primera, defensores de nuestros derechos y gestores de nuestros deberes.

Creo en ello y estoy convencido que así será… eso sí, no sé si podré tener la dicha de verlo, disfrutarlo y vivirlo, pero al menos y junto a muchos, sigo arando esta tierra sagrada y sembrando miles de semillas que algún día germinarán y darán sus buenos frutos.

Y estoy seguro que muchos otros, en años venideros, escribirán con orgullo todo lo que hicimos bien para tener ese gran país con el que hoy seguimos soñando.

A mis colegas comunicadores de la promoción 82-87 de la Católica y a todos los millones de venezolanos de ayer, de hoy y de mañana: no desesperemos. Todo pasa, esta pesadilla pasará, este país volverá a brillar… y, aunque suene cursi, recuerden que detrás de la tormenta, siempre viene la calma y un hermoso arco iris.



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Si usted ve la película “Barrenderos Espaciales” en Netflix, quizás no se entere que el abogado que niega el permiso a la nave donde trabaja...