El gran maestro y compositor panameño Rubén Blades, en la
(para mí) más emblemática de sus canciones, dice “La vida te da sorpresas,
sorpresas te da la vida…” rematando la frase con un “ay, Dios”.
Y es así de simple, la vida se alimenta de sorpresas. Con
el paso del tiempo vamos viviendo y asimilando las experiencias que ellas nos
van trayendo y dejando.
De niños, las sentimos cuando descubrieron alguna de nuestras travesuras. Nos ganamos un buen susto cuando en el colegio
el grandulón o el grupo de bravucones sobrados, nos acorralaron para hacernos
algo que hoy llamamos bullying. En
las navidades nos llenábamos de alegría cuando al despertar, descubríamos los
regalos que nos trajo el Niño Jesús.
A lo largo de la vida, nos llegan muchas sorpresas.
Buenas, malas, tristes, alegres, muy dolorosas, generosas, impactantes… sorpresas
que nos contentan, nos asombran, nos llenan de sentimientos muy variados y que, a
fin de cuentas, nos hacen sentir cada vez más vivos.
Sorpresas que nos hacen tomar decisiones, duras y
radicales, como cuando aspirábamos a un ascenso y nos
enteramos que se lo dieron a otra persona y entonces, decidimos mandar a la
porra a un jefe y a un trabajo en el que descubrimos que no tenemos más futuro.
Cuando nos cayó la revolución bolivariana encima y dijimos “me voy del país, no
aguanto más, hay que hacerlo ya”, o cuando terminamos una relación porque nos
montaron los cachos o simplemente, nos damos cuenta que el amor (de la vida) se
acabó.
Sorpresas sencillas, sentidas y hasta divertidas, como cuando
aparece de la nada un viejo amigo, a través de una llamada, un correo, un
mensaje de texto o whatsapp o nos lo topamos de pronto en algún lugar del
planeta. Cuando un hijo o un sobrino te hace una pregunta de aquellas, a la que no
sabes qué responder y estás obligado a hacerlo mientras unos ojitos inocentes te clavan
una mirada perturbadora. O cuando nos lanzamos a conquistar a alguien,
y al invitarle a salir descubrimos que no sabe bailar, comportarse socialmente,
o simplemente, no sabe besar…
La vida nos da sorpresas, sí, y nos lleva en una especie
de montaña rusa. Estamos arriba, de pronto caemos en picada, volvemos a subir y
a estar en calma, para luego pasar un buen susto, dar giros pasmosos y volver a
empezar.
A mí me ha dado muchas… ufffff cuántas. Y realmente,
estoy agradecido a Dios y a la vida por ellas.
Hace ya casi 20 años, mi carrera profesional se disparó
vertiginosamente. De la noche a la mañana, pasé de proveedor de uno de los tres
más grandes grupos de publicidad y comunicaciones del país, a ser socio y
miembro activo de su junta directiva.
Gané dinero, relaciones, posición, reconocimientos, mucho
trabajo, viajes y satisfacciones. Descubrí y aprendí cantidad de cosas buenas y
unas tantas malas, conocí en gran medida la verdadera naturaleza del ser humano… tres años después, todo se vino abajo. Mis respetados y honorables socios, se
declararon en quiebra, se fugaron y me dejaron literalmente, en la calle.
Tres meses después, recién llegando a la casa de mis
viejos en Valencia para pasar el fin de semana, papá muere sorpresivamente mientras jurungaba feliz un carro nuevo que mis hermanos le habían
regalado ese día.
La vida se encargó de sorprenderme, de cerrarme y abrirme
puertas, que inesperadamente me ayudaron a levantarme, a fortalecerme y a
seguir el camino, tomando mis propias decisiones y mi negocio. Y gracias a
Dios, tuve éxito.
En el año 2013, en las semanas cercanas al día de mi
cumpleaños recibí dos noticias devastadoras: mi hermano y su familia, los únicos
que me quedaban en Venezuela, se van del país y tras hacerme un examen médico
de rutina, descubro que algo no estaba bien y esto me cambió la vida.
El día de mi cumple, tuve que hacer de tripas corazón para no reventar a llorar, cuando un gentío me cantaba el ay que
noche tan preciosa, mientras abrazaba a mi
sobrino adorado, que en ese entonces tendría seis años y que pronto partiría a
una vida mucho mejor en Portugal.
Pero luego, nuevamente, me sorprendí porque no todo se
puso tan negro como lo veía entonces. Me fui sorprendiendo, descubriendo lo que
cada día me traía, viviendo y asimilando lo que venía.
En 2015, un infarto me
llevó de súbito a una sala de terapia intensiva y tras un cateterismo de emergencia,
descubro que tenía una obstrucción coronaria del 99%. ¡Lo cuento de milagro
pues!
Esto provocó un cambio radical de vida. Bajé el
estrés de mi trabajo, muy exitoso, pero agobiante. Decidí cerrar mi empresa
(proceso que tardó tres años), alimentarme mejor y mucho más sano, hacer
ejercicios regularmente y a tener una vida lo más pacífica y tranquila posible.
Bajé 12 kilos, me dediqué a hacer voluntariado y ayudar a
muchas personas, a asesorar y emprender nuevos negocios menos estresantes, lucrativos
y gratificantes, a vivir la mejor vida que pueda, a acercarme a mi familia y
seres queridos… a hacer esa llamada a viejos amigos para sorprenderles y retomar
la historia que dejamos atrás.
Un día me sorprendí y me acerqué nuevamente a la iglesia,
y ahora cultivo, vivo mi fe y mis creencias, y alimento mi alma. Todos los días
hablo con mucha gente y trato de brindarles un poco de alegría y de
sorprenderles.
De esto se trata la vida, que es muy corta, además. De la noche
a la mañana nos damos cuenta que ya estamos mayores y que el tiempo ha pasado,
pero seguimos esperanzados y sabemos que aún tenemos muchas sorpresas por
vivir.
Y sí, Don Rubén… la vida te da sorpresas, sorpresas te da
la vida… ¡ay Dios!