sábado, 28 de marzo de 2020

¿Cuántos panes tienes?


Semanas atrás, aprendí que, frente a un problema, enfermedad, preocupación, un disgusto, cuando estemos deprimidos, sumidos en una tristeza, nos sintamos traicionados por alguien, nos agobie el estrés, o simplemente, que algo no nos deje estar tranquilos, vale preguntarnos: ¿Cuántos panes tengo?

No es que al formular la pregunta, enseguida nos traerá la solución. Al hacerlo, comenzaremos un proceso de sanación del problema, nos permitirá reflexionar, nos ayudará a ver las cosas de otra manera o punto de vista, y nos abrirá una puerta que no veíamos o que pensábamos imposible de abrir, para finalmente, conseguir la solución, lidiar mejor con el problema y, por ende, sentirnos mejor, aliviarnos, quitarnos el peso de encima.

Antes que llegara el bendito Covid19, tuve la gran dicha de participar por primera vez, en una misa de sanación. Y ¡qué experiencia tan maravillosa!

Fui con un grupo de buenas amigas y colegas de la universidad, con la intención de ayudar y orar por la salud de una de ellas. Al final, todos salimos renovados. Esta verdadera fiesta energética, nos ayudó a sanar algo que no estaba bien en cada uno, un mal físico, espiritual, de pareja, trabajo, familiar...

Si todos los curas interpretaran la palabra de Jesucristo como lo hace el padre Pedro José Guerra, de la Parroquia "Jesús Obrero" de Guarenas, las iglesias estarían siempre abarrotadas, la participación activa y las manifestaciones de fe serían muy distintas, más espontáneas, sinceras, verdaderas y mucho más humanas.

Aquel día, la lectura del evangelio correspondía al milagro de Jesús, conocido como la multiplicación de los panes. Y durante casi dos horas de sermón, el Padre Guerra cautivó con sus palabras y nos hizo entender lo que Jesús quiso decir realmente con su: ¿Cuántos panes tienes?, multiplicando los siete panes y peces que había en unas canastas y alimentando entonces a una multitud de personas.

Nos envolvió de tal forma con sus palabras y explicaciones, que al final pedíamos al Padre que siguiera. Nos dijo que la multiplicación de los panes y peces, era un mensaje de Jesús para que aprendiéramos cómo enfrentar y resolver los problemas. Y de eso trataba tanto la lectura, como la actividad de sanación: de sanar un problema, sin obviar, claro está el poder de la oración y la fe. ¡Y resultó tan sencillo!

Cuando algo nos agobia, solemos preguntarnos o echar de menos lo que no tenemos: ay, cuando éramos novios, él era muy cariñoso conmigo… cuando era joven, yo saltaba y corría por todas partes, hacía y comía de todo… antes de llegar el nuevo jefe, en la oficina todo andaba de maravilla… ¿cuánto hemos perdido desde que llegó el chavismo a Venezuela?...

Siempre, extrañamos o evocamos lo que no tenemos. El Padre Guerra nos enseñó que de nada sirve pensar en lo que ya no tenemos, eso nos hace mucho más daño, nos frustra, nos debilita, nos acaba… Y debemos hacer todo lo contrario: enfocarnos en lo que tenemos y cómo resolverlo con eso… ¿Cuántos panes tengo?

Si nos concentramos en lo que tenemos, conseguiremos una solución. Si son sólo cuatro cosas, pues una de ellas o uniéndolas todas, nos ayudará a salir del problema. Hoy ¿mi salud está afectada?, pues tengo vida, médicos, familia, alternativas de curación, fuerza interior… ¿no tengo dinero?, pues tengo manos, ingenio, amigos, experiencia en algo, alguna herramienta… ¿mi matrimonio está mal?, pues aún estamos juntos, tenemos una familia, una casa, una vida juntos, tenemos tiempo para resolverlo, mi prima conoce a un terapista…

Es mejor pensar en cuántos panes tengo y no en: me voy a morir, ya todo se acabó, mi enfermedad es incurable y ya nada se puede hacer… lo poco que gano apenas me alcanza, antes podía viajar, comprar lo que quería… las discusiones con mi pareja ya me agotan y son un círculo vicioso, ya nada es igual. Si nos enfocamos en los panes que tenemos, podemos salir adelante y sanarnos.

¿Estás harto, obstinado del encierro, de la cuarentena?, pues entonces ¿cuántos panes tienes? Cálmate, busca qué hacer y todo pasará mejor… arregla esa gaveta que tienes años esperando que le metas mano, haz ejercicios sobre el pedazo de alfombra que tienes guardada, pinta con los pinceles y temperas que tienen años llevando polvo, habla con tu familia, tus hijos, tus amigos, con tus vecinos desde el balcón… escribe, canta, ora y pide a Dios te de paz, paciencia y tranquilidad, respira profundo, escucha música, lee, … OCÚPATE, deja de preocuparte y de pensar en el hastío.

Pregúntate: ¿cuántos panes tienes? y conseguirás la solución… ¡Feliz cuarentena mundo!





sábado, 14 de marzo de 2020

Amaranto, sabor caraqueño


Atendiendo a la gentil invitación de mi amiga y colega Alida Rodríguez, tuve la gran dicha de participar en una prueba realizada en el Instituto Culinario de Caracas (ICC) en Chuao. Velada de casi cinco horas, muy amena, sabrosa y sobria, que nos paseó por los sabores de la cocina tradicional caraqueña, en torno al menú “Amaranto” elaborado y presentado por los amables, sonrientes y nerviosos alumnos del II Nivel del instituto.

Con el bendito coronavirus como tema recurrente –que marcó el saludo y la conversa de todos los convidados- los estudiantes nos recibieron y atendieron digna y muy correctamente, para adentrarnos en este trabajo colectivo, pleno de cuidados detalles, que disfrutamos teniendo como fondo la música tradicional caraqueña.

El Amaranto, también conocido como Bledo, Yerba Caracas o Pira, es una de las plantas con mayores beneficios nutricionales e incluso, industriales. Los antiguos habitantes de Caracas lo utilizaban como alimento. A este súper alimento oxigenante cerebral, cuyo valor nutritivo es equivalente al de la espinaca, podemos verle en muchos rincones, al caminar por las calles de la ciudad, creciendo obstinadamente sin que nadie la haya sembrado.

Por su rica historia y presencia en la cocina caraqueña, los chicos del II Nivel del ICC, decidieron llamar su menú “Amaranto”, el cual estuvo presente en algunos de los platos degustados, en las invitaciones enviadas, el menú impreso, en una caja piramidal con un bombón de agradecimiento por asistir y hasta en el color de las cintas que lucieron las chicas para atar sus cabellos.

Un fresco y colorido Granizado de parchita nos dio la bienvenida, con su característico acidito y a mi gusto, con una pequeña falta de dulce, más granizado y menos trozos de hielo.

El menú comenzó con un Abrebocas, tradicional y fijo invitado de las celebraciones venezolanas: Tequeños, con salsa de papelón y una exquisita y celebrada confitura de naranja. Luego, las Entradas: un Mondongo de res (tenía años que no lo probaba) cuyo sabor se resaltaba con limón y un picante de ají criollo, seguido por una delicada y finamente presentada, Hallaca de contundente guiso caraqueño, acompañada de un gentil Pan de jamón… en mi mesa se comentó: qué rico es comerse una hallaca en marzo!!!

Con las explicaciones de rigor por parte de los alumnos, llegaron los Principales: Lengua en salsa (de la que, confieso, no soy muy amigo) con arroz de ají dulce y ensalada de rúgula con finos cortes de cebolla y rábano, y toques de semillas de amaranto. Seguido por un muy criollo Asado negro con Bombones de tajadas, rellenos de queso blanco, verdadera sorpresa y sensación del plato.

Entre la buena charla y uno que otro tropiezo de los chicos en su afán por servirnos y demostrar lo aprendido, sirvieron el Antepostre: nada más memorable de los cumpleaños de nuestra infancia que un cremoso Chantilly, dulce que causó sorpresa en mi mesa, cuando uno de los presentes afirmó desconocerlo.

Enseguida, apareció una pareja luciendo dos buenas Tortas de coco, que engalanaron la mesa central, mientras le tomábamos fotos y nos explicaban su olvidada historia y qué íbamos a descubrir en ellas, incluyendo unos pequeños bombones de coco, inspirados en los famosos “coquitos” de la dulcería venezolana.

Tras el generoso trozo de torta, nos obsequiaron un rico café merideño, cortesía de QUIERO1CAFE, acompañado por unas simpáticas Polvorosas en forma de cucharitas.

Al concluir la prueba, los alumnos se retiraron, con cara de susto y los comensales nos reunimos para evaluar lo presentado y disfrutado. Tras una discusión, en la cual se expusieron varios puntos de vista, basados en la experiencia vivida (no todos disfrutamos del mismo servicio de sala, explicaciones de los platos e incluso, porciones, elementos y emplatados), retornaron los alumnos para recibir nuestro agradecimiento, felicitaciones, sugerencias, recomendaciones y, por supuesto, la nota de la prueba.

Ya relajados los chicos, complacidos y agradecidos los invitados, nos despedimos, con pocos saludos de mano y más de antebrazos y hasta caderas, agradeciendo el invitarnos a formar parte de esta experiencia protagonizada por la deliciosa gastronomía caraqueña, que contó además con la decoración de Paisajismo Ecotono, los bombones de cacao 70% rellenos de parchita de Chocolates Amilcao y la colaboración de Brunuá.   

Una muestra más de que en Venezuela hay mucha gente que sigue haciendo bien las cosas y preparando a muchos jóvenes talentos para hacer de este país una gran sociedad, próspera, creativa y feliz. BRAVO y mis felicitaciones a todo el equipo del Instituto Culinario de Caracas… y a ti, Alida querida, mil mil gracias!!!




domingo, 8 de marzo de 2020

Mi moto juega tenis

En Venezuela llamamos “moto o motorizado” al mensajero de las oficinas, a la persona que lleva y trae documentos o encomiendas rápidas en una ciudad, manejando una motocicleta. El mío, Henry, es un tipo súper pilas, decente, responsable, rápido, que sabe resolver las cosas, conversador, buen padre de familia y gran trabajador.

Henry tiene 56 años y vive en Guarenas, una ciudad satélite a 38 kilómetros al este de Caracas. Y todos los días, bien temprano, sube por la autopista a Caracas junto a miles de personas más, que vienen a trabajar, estudiar o hacer diligencias. Y como tantos que viven allí, se regresa a casa con luz de día –de ser posible- para evitar los peligros en la vía, causados principalmente por la delincuencia.

Mi moto, es un tipo tostado por el sol, de ojos grandes y una sonrisa franca. Es atlético y musculoso, y además, juega tenis. Es un verdadero apasionado del llamado “deporte blanco” (aunque ya de blanco sólo queda el torneo de Wimbledon). Cuando habla de tenis, le brillan los ojos, se emociona, gesticula, se mueve tal y como corre en la cancha, vibra narrando sus jugadas, triunfos y derrotas. Como buen tenista, dice que llegar de segundo es perder y feo. Habla constantemente de sus ídolos, los monstruos Federer, Nadal y Djokovic, asegurando que nadie podrá igualarlos nunca.

Mi moto, juega dobles, representando al equipo del Parque del Este, conformado –como él- por gente sencilla, llana, trabajadora… gente común y corriente, que practica en una cancha pública. Y con toda su humildad, mi moto compite y se codea en la cancha con jugadores de clubes privados, elitescos y ricos de la ciudad.

Mi moto me cuenta que muchas veces ha sentido que sus contrincantes y hasta el público, cuando se presentan en la cancha,  los mira como los pobrecitos del torneo, con cierto menosprecio, como los tierruítos que juegan tenis. Y dice que muchas veces la gente se sorprende que unos motorizados practiquen este deporte.

Y yo me pregunto: ¿por qué pasa esto?, ¿por qué la gente humilde y sencilla no puede o no tiene el derecho a jugar tenis, golf u otros deportes considerados para ricos? ¿hay algo más masivo, unificante e inclusivo que el deporte?

Esto es un reflejo de la sociedad en que vivimos y es por ello que muchos luchamos para conseguir que todos tengamos los mismos derechos (y deberes) para con el país y que todos los ciudadanos tengamos las mismas oportunidades y obligaciones para tener una nación próspera, digna, segura y que brinde protección y un mejor futuro a sus habitantes.

Mi moto juega tenis, sí. Me habla con pasión de sus partidos, pero también me cuenta todo lo que sufre y padece para llevar el pan a su casa, para pagar las facturas, para tener un servicio médico y de salud. Habla del gran Nadal y de lo caro que está la comida o lo que cuesta un caucho para la moto.

Habla del poderoso Federer y de lo imposible que es conseguir lo básico para subsistir o del matraqueo y persecución constante que sufre a manos de la policía. Habla del portento de Djokovic y con nostalgia, de cómo se vivía antes, en la otra Venezuela que le permitió comprar un carro, su apartamento de Guarenas, cuando se daba el lujo de cambiar su moto por otra último modelo. Cuando en diciembre podía hacer sus hallacas y tomarse unos traguitos sin mayor problema.

Mi moto es de esos millones de venezolanos que han visto cómo su poder adquisitivo se ha ido deteriorando y hoy, está prácticamente por el suelo. Mi moto está entre esos millones de venezolanos que hoy se sienten frustrados y que no ven un futuro mejor para sus hijos y nietos.

Mi moto es de los que habla pestes de la revolución, de Maduro, del chavismo… pero creo que es de los millones que creyeron y votaron por aquel Chávez encantador de serpientes que les prometió villas y castillas, y les cambió espejitos por la riqueza y tesoros del país, que secuestró la libertad y la prosperidad de Venezuela, humillando, manipulando y postrando al pueblo a su servicio y placer.

Mi moto, es un tipo que le echa bolas al trabajo, que se juega la vida todos los días en las calles de Caracas, bajo un sol inclemente, lluvia y frío. Que lleva una pila de papeles, carpetas y sobres en su viejo maletín de cuero. Un tipo que guerrea la vida tal como corre y batalla en la cancha, acalambrado y adolorido, alerta, apasionado y cuyo único objetivo es alzar una copa y ser campeón de la liga.

Por él y por muchos motos decentes más, es que debemos seguir luchando por conseguir que este país cambie para mejor, que este país sepulte de una vez por todas a la mal llamada “revolución bonita”, y que juntos logremos escribir la verdadera historia de la quinta República que trajo la destrucción y el saqueo de esta gran nación.

Que juntos, podamos construir un nuevo país, en el cual todos tengamos las mismas oportunidades, derechos y deberes, en el que todos podamos ser felices y disfrutar de una vida digna. Un país en que todos podamos jugar sin menosprecios, miradas escondidas y sonrisas falsas, y alzar con orgullo el trofeo que ganamos con mucho esfuerzo.

Henry, es el primero de la izquierda.










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Si usted ve la película “Barrenderos Espaciales” en Netflix, quizás no se entere que el abogado que niega el permiso a la nave donde trabaja...